miércoles, 24 de abril de 2013

“La Colmena”, de Charles Burns.





Un poco por sorpresa me ha pillado la publicación por Mondadori de “La Colmena”, la segunda parte de la trilogía que Charles Burns iniciara con “Tóxico” y que ya comentáramos por aquí, pero detectada su presencia en la librería me ha faltado tiempo para leérmelo y, con que la conclusión esté en la línea de las dos entregas publicadas, adelanto que podemos estar ante uno de esos tebeos auténticamente imprescindibles.
Doug vive una vida traumatizada en dos planos en la que emergen en sus sesiones de psicoanálisis los recuerdos de su juventud idealizada junto a su novia Sarah o la relación confusa con su padre junto a las fantasías en las que su alter ego vendado ha encontrado trabajo en La Colmena donde intenta cuidar a Lily, una madre nodriza postrada en cama enganchada a un cómic sentimental de los cincuenta escrito en caracteres orientales de la que le faltan algunos capítulos para acabar de entender del todo  la historia.

Cantaba Javier Gurruchaga con su Orquesta Mondragón eso de “Viaje con Nosotros” y su estribillo pegadizo resonaba en mi cabeza tras acabar  la continuación del viaje iniciado en “Tóxicoque nos propone Burns por la psique trastornada y los mundos delirantes protagonizadas por las diversas encarnaciones de Doug, una excusa genial  para plasmar las propias obsesiones de este particular y genial autor en una historia compleja y metafórica en torno a la complejidad de la personalidad humana.

Desde el principio, Burns juega a descolocar al lector provocando la desorientación respecto a una historia aparentemente desestructurada, desordenada y caótica pero que engancha al leer ante la habilidad de Burns para seducir con sus desasosegadotas viñetas y esconder bajo la aparente claridad, incluso simplicidad, narrativa propia de la Línea Clara con la que dibuja las diversas tramas lo farragoso, oscuro y complejo del significado. Conforme la historia avanza a través de las diversas subtramas entrelazadas, cada una dotada de su propia lógica interna, el lector va intuyendo la intención del autor y lo ambicioso de su proyecto aun cuando  todavía no contemos con todas las claves  que es de esperar Burns exponga en la tercera entrega de la trilogía aun por publicar, “Cráneo de Azúcar”.
En las distintas subtramas  tanto las que se inician en  La Colmena” como las que se presentan en “Tóxico”, Burns explora los temas que ya había desarrollado en obras anteriores: su gusto por el cine cutre de terror de serie Z plagado de monstruosos freaks mutantes, las inseguridades en torno a la identidad y el amor adolescente  y la omnipresente atmósfera de misterio en la que el lector es obligado a implicarse en intentar aclarar a través de las claves que Burns va proporcionando toda la riqueza de significados implicitos e intuidos.
Burns expone al voyeurismo del lector la complejidad de su universo obsesivo mediante la sobreexposición de una estudiada simbología en la que los planos onírico y supuestamente "real" se retroalimentan a través de una estudiada simbología reforzada por  manifestaciones artísticas en las que las fotografías y los cómics se convierten en canales de comunicación entre los distintos planos de la personalidad del autor,  presentada la historia carente del asidero de la linealidad externa en diversos momentos de la existencia del protagonista.

La Colmena” es la continuación de un viaje alucinante y apabullante que atrapa al lector en una enfermiza historia que ya hubieran querido imaginar los Kafka, Cronenberg, Vian, Lynch y cia en la que no tenemos muy claro todavía de donde hemos partido ni hacia donde nos dirigimos mientras nos dejamos guiar por un cirujano de las viñetas como Burns, especialmente inspirado en la exposición de los diversos planos de la psique humana. Asomémonos al abismo y  disfrutemos del paisaje.