miércoles, 12 de septiembre de 2012

“Las aventuras de un oficinista japonés”, de José Domingo.



 Cuando yo era más pequeño de lo que soy ahora, perdía alegremente mi, por entonces abundante, tiempo de ocio leyendo revistas como “Micromanía” con la que me ponía al día en lo último sobre juegos para mi flamante Spectrum y aprendía de una manera natural conceptos tan intrigantes como jugabilidad o adictividad. Ahora que los años  han pasado por encima de mí y de mi ocio, he perdido la pista del Sepctrum y apenas juego con el ordenador o la consola; sin embargo, la lectura del último cómic de José Domingo Las Aventuras de un oficinista japonés” me ha hecho recordar esos baremos de jugabilidad y adictividad, aparentemente ajenos al cómic y sencillos pero que realmente encierran una enorme complejidad, a la hora de valorarlo.



Y es que Domingo, hasta que alguien nos sorprenda pasado mañana, nos ofrece no solo uno de los  cómics más innovadores formalmente de los últimos tiempos sino que además lejos de enrocarse en una temática ombliguista y aburrida de autor iluminado lo hace mediante una historia referencial, sí, pero imaginativa, amena y divertida no exenta por ello de interpretaciones más profundas.

El título es el mejor resumen del cómic. Tras salir de su trabajo para ir a casa, un anónimo oficinista japonés vive las más surrealistas peripecias cruzándose por el camino con serial killers, alienígenas, sectas demoníacas, monstruos, yakuzas, yetis y todo tipo de  fauna de derribo que intentará  por todos los medios que no alcance su destino.

José Domingo formado en los fanzines, las revistas y el mundo de la animación, desarrolla en la que es su obra más ambiciosa hasta la fecha,  un cómic transversal que rememora la atmósfera de los videojuegos de plataformas y se nutre referencialmente de lo más granado de los géneros populares pasados por el personal punto de vista del autor en una novedosa revisitación posmoderna a clásicos como "La Odisea" , "Los Viajes de Gulliver" o "Alicia en el país de las Maravillas". En manos de cualquier otro menos dotado, “Las aventuras de un oficinista japonés” estaría llamado al fracaso más bochornoso pero mucho ha llovido de su primera y fallida (en mi opinión) primera obra larga, “Cuimhne”, y aquí Domingo se nos presenta como un autor evolucionado, más maduro y rico en recursos. 

Domingo  basa su obra en un cuidadoso estudio de la narración gráfica que le permite sacar partido a las limitaciones autoimpuestas a su propuesta, apostando por la casi completa ausencia de texto, una exigente composición de dos por dos viñetas por página y una única y parca perspectiva isométrica. A partir de esos límites objetivos que se convierten en toda una declaración de intenciones en favor del potencial del medio, se desata la imaginación del autor que nos sorprende viñeta a viñeta, página a página, con sus sorprendentes interpretaciones de los más variopintos elementos, usando como principal vehículo al minúsculo personaje protagonista alrededor del cuál se desarrollan las más curiosas situaciones, todo elaborado mediante un bonito dibujo naif y claro que da al tratamiento del color como recurso narrativo y secuencial una importancia capital y un ritmo narrativo que recuerda el scroll –desplazamiento- de los antiguos videojuegos pero que no impide demorarse en los mil y un detalles que se esconden en cada viñeta.

Quizás el principal referente de Domingo sea “Bardim El Superrealista” de Max, pero el autor no se reduce a  la imitación sino que saca partido de los hallazgos de aquel y otros muchos (Chris Ware, Dave Cooper, Jim Woodring, Jason y desandando el caminito hasta los clásicos) para ensamblar su propia obra, un experimento divertido que crece ante el lector hasta convertirse en un tebeo redondo, accesible para todos los públicos y que bajo su sencillez aparente esconde un minucioso estudio de los principios básicos de la narración gráfica que gustará a todo el mundo.

En definitiva, “Las aventuras de un oficinista japonés” – editado primorosamente por Bang Ediciones- es una buena noticia para el cómic patrio y nos devuelve a un autor que a lo largo de los años ha aprendido, evolucionado  y madurado en su oficio apostando por el riesgo y la originalidad frente al conservadurismo y los tópicos. Ojalá alguien haga un videojuego de este tebeo... Yo, por si acaso, ya me pongo a desempolvar el Spectrum.