viernes, 13 de enero de 2012

“Habibi”, de Craig Thompson.




Estas fiestas por fin he encontrado unos cuantos momentos de asueto para ponerme con calma a leerla última obra de Craig Thompson, la ciclópea “Habibi” que publicó Astiberri a finales del año pasado en un estreno internacional coordinado con otras editoriales europeas y norteamericanas. “Habibi” es una obra ambiciosa como pocas, que enrocará aun más en sus posiciones a los defensores y detractores del autor, gustando a los ya convencidos por anteriores trabajos de Thompson y aborrecible por aquellos que directamente no les gustaron y que no deberían ni acercarse a la misma dado su elevado precio. Más allá de las posiciones extremas, “Habibi” es la obra más ambiciosa de Thompson, en la que pretende equilibrar el relato de una historia abiertamente de ficción con sus propias obsesiones personales conocidas ya por trabajos anteriores siendo precisamente esas dos pulsiones la que hace de “Habibi” una obra irregular.

La historia se sitúa en un imaginario país islámico donde la pequeña Ooma es casada por su padre con hombre mucho mayor. Raptada y vendida a unos traficantes de esclavos, escapan al desierto junto a un pequeño niño negro llamado Zam con el que se lleva nueve años al que cuidará y educará procurando todo contacto con el resto de la humanidad salvo para conseguir provisiones. Cuando Ooma y Zam se ven obligados a separarse y reintegrase a la “civilización” llevarán vidas completamente diferentes hasta que, ya adultos, se produce el ansiado reencuentro.
Nadie puede negar de la enorme sensibilidad y talento de Craig Thompson al que en “Habibi” une la voluntad del autor de acercar la rica cultura e imaginario musulmán al lector sin abandonar por ello sus propios intereses y obsesiones personales integradas como un elemento más en el discurso narrativo de la historia para construir una parábola moderna con aires dickensianos que aglutina por un lado la denuncia de las desigualdades sociales en las sociedades árabes con el anhelo del amor verdadero de unos protagonistas presos de sus soledades, incomunicaciones y desencuentros.

El problema surge cuando todo ese revoltijo de ideas quedan difuminadas a lo largo del discurso de la novela-río que es la obra debido a las disgresiones continuas y los ensimismamientos de Thompson demorándose en pequeñas historias y detalladas descripciones de elementos cabalísticos y ortográficos que poco o nada aportan a la trama principal restando protagonismo a la obra en pos a su propia condición de autor, imponiendo su propia personalidad sobre la historia y los personajes. Probablemente consciente de esa dispersión de intereses, Thompson ha querido jugar con la estructura de la historia dotando al mismo de una organización a lo Mil y Una Noches para insertar esas historias a lo largo del relato principal estableciendo distintos niveles de lectura pero restando uniformidad y coherencia a una historia que podía haberse resuelto en doscientas páginas menos o extendido a lo largo de otras doscientas más.

Como consecuencia de esa falta de unidad, “Habibi” alterna momentos hermosos en que el autor hipnotiza al lector con la magia de sus imágenes y su enorme sensibilidad mientras que en otros aburrirá incluso al más devoto de sus admiradores.

En el aspecto gráfico, “Habibi” es una obra más que notable en la que Thompson muestra su innegable habilidad como dibujante especialmente dotado para la creación de imágenes y metáforas cargadas de simbolismos. En esta obra, en concreto, se ha documentado especialmente a través de los pintores franceses del movimiento romántico del XIX que hicieron del Orientalismo una de sus temáticas mas habituales incorporando homenajes a pinturas como “El Baño Turco” o “El Pobre Pescador” en sus viñetas. Thompson maneja a la perfección multitud de registros jugando con su estilo para pasar del cartoon y la caricatura al realismo con una facilidad pasmosa solo comparable a un maestro tan lejano como el clásico mangaka Osamu Tezuka para reflejar la comicidad y el drama siendo quizás “Buda” la obra con la que más similitudes pueda guardar “Habibi” en ese aspecto. También se puede encontrar quizás otra fuente de inspiración en los clásicos dibujantes de Disney como Carl Banks o Floyd Gottfredson.

Y es que las referencias manejadas por Thompson no se limiten quizás tan solo a autores clásicos como Tezuka o la escuela Disney sino también a otros más modernos como Burns y los Hernández Bros. cuyos recursos adapta en beneficio propio.

Ausente esa capacidad para la empatía que tenían sus otras obras, quizás “Habibi" irritará a los lectores más destemplados así que aviso para que nadie se lleve a engaño si no le gusta. “Habibi” es una obra talentosa y personal enmascarada bajo una parábola moralizante, llena de buenas intenciones pero excesivamente dispersa y confusa en sus objetivos y quizás por ello no conecte tan íntimamente con el lector como la crónica autobiográfica que era “Blankets”, obra con la que comparte parecidos objetivos pero mucho menos redonda, o con el que todavía para mí es su mejor trabajo la maravillosa y sutil “Adiós Chunky Rice”. Con todo uno de los tebeos más interesantes del año pasado.

El cartel de la 30 edición del Salón del Cómic de Barcelona de Paco Roca.

A través de La Canción de Tristán descubro el cartel para la edición del Salón de Barcelona de 2012, firmado por el omnipresente Paco Roca.

El cartel me parece muy bonito y acertado, ya que rompe un poco con la rutina de lo que suelen ser los carteles de los salones de cómic que por lo general muestran personajes icónicos del noveno arte y algún monumento representativo de la ciudad de turno, para dar primacía a lo que debe ser lo más importante en todo buen Salón, en mi opinión (otros pensarán que ha de ser un sitio para hacer negocios, cerrar contratos y demás), un punto de encuentro y convivencia entre los autores y los lectores con el nexo común de las obras compartidas.

Un detalle que el observador Roca haya reivindicado precisamente los que son los dos elementos imprescindibles para que esta historia de los cómics funcione y muchas ocasiones parece olvidarse: autores para crearlos y lectores para disfrutarlos. Hay radica la magia y el resto debería de ser secundario (aunque no lo sea).