miércoles, 15 de junio de 2011

“El Rayo U”, de E.P. Jacobs.

Leer “El Rayo U del belga E.P. Jacobs, recientemente publicado por Norma Editorial y del que ya existía una edición anterior de Grijalbo, es como hacer un viaje en el tonel del tiempo de los Zipi y Zape y aparecer en la dimensión del tebeo clásico de los maestros de la línea clara, donde todo es tan naif, tan clarito y tan bonito que casi sobran las explicaciones. Aun así, vamos a ello.
El Rayo U” es una obra que tradicionalmente se considera como la precursora de la “ópera prima” de Jacobs,Las aventuras de Blake y Mortimer”, ya que se pueden encontrar en estado embrionario distintos personajes y situaciones que posteriormente el maestro Jacobs desarrollaría en la serie principal. Sin embargo, las semejanzas con esta serie acaban allí ya que si “Las aventuras de Blake y Mortimer” es una serie enfocada a otros géneros como el policial y la intriga, “El Rayo U” es una obra de Ciencia Ficción que sigue al dedillo los patrones gráficos y argumentales del “Flash Gordon” de Alex Raymond (no en vano cuando en la Bélgica ocupada por los nazis no llegaban los materiales de la serie de Raymond, Jacobs fue el encargado de continuar las aventuras pendientes con notable éxito) y se inspira en los mundos perdidos imaginados por Conan Doyle o Edgard Rice Burroughs.

En “El Rayo U”, Jacobs nos narra las peripecias de una expedición norlandesa liderada por el profesor Marduk (Zarkov) junto al explorador Lord Calder (Flash/Blake) y el tenient Mc Duff (¿Mortimer?) para hacerse con un yacimiento de Uradio, una nueva fuente de energía que planean utilizar con fines militares. Puesto sobre aviso, el líder austradiano (¿Ming?) envía a su mejor hombre, el espía Dagon (Olrik) a acabar con los aventureros. Tras el sabotaje de la aeronave en que viajaban, los protagonistas quedan abandonados a su suerte en una inhóspita isla llena de peligros en la que han de sobrevivir a animales prehistóricos, extrañas civilizaciones pérdidas y las maquinaciones de Dagon.

Cualquier interpretación de esta obra desde la perspectiva del lector contemporáneo resultaría sumamente injusta si no se parte de la de la base que estamos ante una obra clásica cuyo principal éxito estriba precisamente en que, a pesar del tiempo transcurrido, aguanta perfectamente la lectura gracias al brillante trabajo gráfico de Jacobs, tributario estéticamente de Raymond, sin duda, pero cuya narrativa y claridad expositiva son innatas y llegaron a crear escuela (toda la famosa de la línea clara de la que, junto a Hergé y Franquin, Jacobs es uno de los fundadores) siendo este álbun un magnífico ejemplo de ello. Así, las abundantes y redundantes cartelas no empachan gracias al buen estilo literario del autor y la imaginería naif de los personajes y las detallistas localizaciones seducirán a todos los aficionados que se acerquen a esta obra con mente abierta y libre de prejuicios ya que, como los buenos vinos, mantiene su valor a pesar de los años transcurridos.