miércoles, 1 de septiembre de 2010

“666-999”, de J.M. Beroy.

Hoy toca ponernos apocalípticos –que no integrados- y continuar el repaso de la obra de José María Beroy con una de sus obras más curiosas y sorprendentes “666-999”, originalmente publicada serializada en “Creepy” y, posteriormente, en un álbum unitario por Toutain hace casi ya un cuarto de siglo.

Es difícil explicar de qué va “666-999” porque no estamos ante un álbum al uso que sigue una secuencia lineal clara sino ante una historia que busca innovar tanto en lo formal, a través de la inserción de curiosos flashbacks alucinados y metalingúísticas élipsis que intentan trascender el mismo medio, como en su trasfondo, obviando la presencia de un protagonista único identificable y convirtiendo al acojonado lector desde el cómodo sofá en testigo de las crónicas del doble Apocalipsis del que Beroy se convierte en evangelista.a un ritmo frenético y desenfrenado

En pocas palabras, podemos resumir “666-999” como una doble crónica apocalíptica acerca del advenimiento del Fin del Mundo cada mil años en la eterna lucha de las fuerzas del Bien y el Mal que con acierto Beroy desdibuja para casi convertir en una misma cosa. Pocas y torpes palabras que no hacen justicia al despliegue visual en blanco y negro con que el autor sorprende en esta historia en que los elementos mágicos y pseudocientíficos se dan la mano con inusitada habilidad y, a pesar de los años, todavía sorprende por su narración arriesgada que convierte una historia ordinaria en un tebeo que se queda grabado y deja al lector agotado.

Beroy, en los ochenta, ya demostraba ser un lector y espectador ecléctico e inquieto capaz de absorber como una esponja referencias culturales y temores propios de la época para insertarlos con naturalidad en el desarrollo de una historia que sorprende página a página y pese a ser releída tras unos cuantos años - ¡ Y haberse ya superado el milenio lo cuál tranquiliza!- no haber perdido actualidad. Y es que las sectas destructivas, la contaminación nuclear, el terrorismo islámico o las enfermedades de transmisión sexual fueron y son el pan nuestro de cada día y forman parte de nuestro imaginario de temores no superados que e indepenientemente podrían servir cada una de ellas de tema a una buena historia pero que en la obra de Beroy se convierten en simple trasfondo que enriquece el estado alucinado de un futuro aparentemente superado.

Beroy es un dibujante brillante que en esta obra da muestras de su habilidad desbordante, aprovechando al máximo la composición de página para ofrecer unas figuras posmodernas, estilizadas y frías que recuerda a las ciudad deshumanizada de “Metrópolis” en su frío modernismo retro. Pueden intentarse rastrear referencias gráficas de Beroy en la obra de Chaland o la del coetáneo Daniel Torres, pero su estilo tiene suficiente empaque y su versatil narración personalidad suficiente como para negarle su originalidad.

En definitiva, “666-999”, ayer como hoy, es un tebeo que deja apabullado al que lo lee y, en ningún caso, debería caer en el olvido. Menos mal que existe un proyecto de recuperación junto a otras obras del mismo autor en un restaurado integral para este mismo año. Impaciente lo espero porque esta obra a color creo que puede incluso reforzar su efecto.

Aquí, una obligada reseña de uno que lleva años y años reivindicando a Beroy y al que dedico esta entrada.

Y aquí, una explicación por el propio autor explicando los orígenes de la misma.
Otras obras de Beroy en El lector impaciente:

Laurent Fignon (1960-2010)

Allá por los años ochenta, cuando gracias a las chapas del colegio y a Perico Delgado me empecé a aficionar al ciclismo que por aquel entonces era cosa de “esforzados de la ruta” y largas siestas de sobremesa, había un tipo que a mis ojos infantiles de lector de tebeos de superhéroes reunía todos los defectos que un supervillano a pedales podía reunir.

Era un tipo con un carisma especial con sus gafitas y su coleta que le hacía diferente al resto. Su imagen de profesor despistado o hippy metido a ciclista se contradecía con su carácter orgulloso, maleducado y grosero que no tenía problemas en repartir escupitajos a diestro y siniestro. Quizás por sus contradicciones y porque ganaba los franceses le adoraban y veían en él al sucesor del gran Caimán Hinault. Era un tipo arrogante pero que sabía dar pedales como los mejores (luego se descubrió que como todos no iba del todo limpio) que, para mi mortificación, ganó dos Tours sin que nuestro despistado Perico pudiera hacer gran cosa.

Con todo, Fignon se humanizó a mis ojos el día que otro depredador de la bicicleta, Greg Lemond, le arrebató un Tour en un golpe de pedal espectacular–ganó el Tour en una contrarreloj por la diferencia en la general más corta de la historia: ocho segundos- del que nunca se recuperó. Fignon se volvió persona, dejó de ganar y los franceses no han vuelto a tener otro campeón en su carrera.

Y es que, si Fignon hubiera leído tebeos, habría sabido que al final el supervillano siempre pierde.

D.E.P.