viernes, 20 de junio de 2008

“Silverfish” de David Lapham

Cuando David Lapham irrumpió en el mundillo del cómic norteamericano allá por 1995 con la excelente “Balas Perdidas” (sí, sí, sé que todavía no les he comentado esta serie. Un poco de paciencia….), parecía que se iba a comer el mundo por la frescura de su propuesta dentro del anquilosado género negro y su dominio de la narrativa. A continuación, disfrutamos de “Mátame”, una correcta obra de género en la que homenajeaba de manera más o menos evidente a los clásicos del cine negro, pero en la que se echaba a faltar ese aire renovador y original de su predecesora. Poco después, Lapham tuvo que aparcar sus proyectos independientes en su propia editorial, El Capitan, y empezó a trabajar para las grandes editoriales mainstream en proyectos alimenticios, aseaditos, pero anodinos. Quizás por ello, se deba esta vuelta de David Lapham a sus orígenes y el género negro en "Silverfish", su última novela gráfica publicada el año pasado en el sello Vertigo de DC y que en España ha presentado Planeta este último mes.

Mia es una joven adolescente, hija del jefe de policía de un tranquilo pueblo norteamericano a mediados de los ochenta, que no soporta a la nueva pareja de su padre, Suzanne. Cuando su padre y madrastra salen de viaje, Mia y su hermana roban una agenda de Suzanne y, junto a algunos amigos, se dedican a llamar medio en broma, medio en serio, a los números de la agenda. Sin embargo, la cosa se complica cuando llaman a un tal Daniel cuyo nombre aparece medio borrado, porque Daniel tiene peces en la cabeza que le devoran el cerebro y cierta tendencia a matar antes que preguntar y está muy, muy enfadado con Suzanne.

David Lapham nos ofrece un tebeo muy entretenido y demuestra, si quedaba alguna duda, que es el género negro en el que mejor se desenvuelve, desarrollando con brillantez una trama que no por tener ecos del cine de suspense de los setenta de grandes como Hitchcock o Polanski resulta menos interesante, aunque no alcance el nivel de la excelente “Balas Perdidas” de la que bebe tanto en el tratamiento y desarrollo de algunos personajes –la protagonista Mia recuerda en exceso a una de los protagonistas- como en la manera de introducir elementos oníricos en la trama. A pesar de ese preocupante acomodamiento resulta un goce disfrutar del dominio de la narrativa de Lapham y la manera cómo va dosificando la tensión y la información para mantener atrapado al lector hasta el final a través de unos encuadres muy cinematográficos, dosificando sabiamente los planos y contraplanos en una composición de página clásica que no le importa romper cuando cree necesario, para incorporar elipsis o aumentar la carga dramática. Esa influencia cinematográfica no ocultada por Lapham queda patente incluso en la forma de introducir el “The End” al final de la historia.

En definitiva, “Silverfish” es una buena oportunidad de conocer la obra de Lapham en una edición bastante correcta y ajustada de precio, pero que sabrá a poco a los seguidores de este autor al que por su calidad hay que exigirle algo más. Esperemos que en su nueva serie en el sello Vertigo, “Young Liars”, nos lo ofrezca.
Más obras de David Lapham en El lector impaciente aquí.