lunes, 5 de mayo de 2008

“El reductor de velocidad” de Christophe Blain




Hoy vamos con una de las novedades del Salón del Cómic que con más interés esperaba, “El reductor de velocidad” de Christophe Blain. Tras su lectura, puedo decir que la espera ha valido la pena.

En “El reductor de velocidad” a través de las experiencias de su protagonista el timonel Georges Guilbert, Blain realiza una de sus obras más personales al reflejar la vida en un barco de guerra, algo que el propio autor conoció de primera mano al realizar su servicio militar a bordo de la fragata Tourville. Blain muestra las dificultades que conlleva el día a día en un ambiente opresivo y cerrado donde las enfermedades, la soledad y el miedo son una constante y en el que los deseos de aventura y la imaginación se convierten en la única válvula de escape de los protagonistas. Precisamente, el motor de la historia recogida en este álbum nace de las ansías de aventura del marinero Guibert y sus amigos Louis y Nordiz quiénes en sus exploraciones por las tripas del antiguo y destartalado acorazado en el que navegan, el gigantesco “El Belicoso”, descubrirán el principal mecanismo del barco, el reductor de velocidad, que rige el movimiento y la velocidad del barco y que, en un descuido, averiarán. Presos del miedo a ser acusados de saboteadores y espías, los amigos escaparán por los laberínticos pasillos del barco donde permanecerán perdidos durante días hasta que son descubiertos mientras la tensión entre el resto de la tripulación crece.

El reductor de velocidad”, que fue premiado en 2000 con el premio Alph-Art “Coup de Coeur” del Festival de Angoulème y su primer álbum en solitario, es el álbum más realista e intenso de todos los que Blain nos ha ofrecido hasta la fecha. Lejos de los ambientes de época de “Isaac el pirata” o del oeste mitificado de “Gus”, Blain crea una historia emparentada con su propia aventura vital a través de una narración en la que la línea entre fantasía y realidad es más sutil que nunca y la caracterización de unos ambientes que conoce de primera mano más lograda que en otras obras. Blain muestra los sucios y oscuros ambientes portuarios y los pasillos del navío con un detallismo y acabado poco habitual en su obra sin abandonar por ello su característico estilo caricaturesco, contrastando con viñetas electrizantes y minimalistas, en las que el predomino de colores violentos y primarios “absorbe” a personajes apenas esbozados a través de rápidos y nerviosos trazos, de modo que. el color se convierte en un elemento narrativo y descriptivo más con el que caracterizar a los personajes y sus estados de ánimo mientras el uso de constantes elipsis narrativas que le permiten ir dosificando la tensión de la historia.

Respecto al carácter narrativo que Blain da a su tratamiento del color hay que destacar el tratamiento de las diferentes zonas del barco que son coloreadas con un color determinado que las caracteriza y diferencia del resto con una doble finalidad reflejar, por un lado, los cambios de temperatura desde la fría cubierta o la sala de timoneles a la asfixiante sala de máquinas y, por otro, situar al lector mediante un mapa cromático de las dependencias del barco tan hábil como sutil.

Blain a través de unos diálogos creíbles enmarcados en bocadillos que en ningún momento ahogan su dibujo va dosificando la tensión creciente de la trama en dos sentidos, por un lado uno intrínseco y psicológico que afecta a los amigos perdidos en el interior del inmenso barco que los ha engullido como una ballena (ojo en este sentido a la anécdota de Georges que es el punto de inflexión de la historia y la comparación no es baladí) quienes temen tanto su deambular solitario como el encuentro con el resto de la tripulación y las consiguientes consecuencias de la avería que han provocado en el reductor; y, por otro, el miedo extrínseco a los protagonistas del resto de la tripulación ante una confrontación con el submarino al que persiguen y que Blain deja que vaya reflejándose poco a poco en la narración a través de las conversaciones entre los tripulantes atentos a cualquier rumor. Frente a estas situaciones de creciente tensión, Blain incorpora secuencias de gran ligereza en la que los personajes fantasean sobre sus sueños y esperanzas y en la que la añoranza femenina, como en buena parte de sus obra, es tema central.

Mediante estudiados paralelismos y contrastes Blain inventa y reinventa unos recurso propios únicamente del cómic y que sólo pueden encontrar explicación en este medio y hacen la obra digna de un estudio en profundidad. La secuencia de la anécdota sobre la juventud de Georges con la ballena muerta en la playa que viviseccionó y la viñeta del calamar abrazado a la ballena aparecen como una onírica representación de la realidad a la que se enfrentan y el miedo al ataque del submarino –calamar- que hunda a la ballena -El Belicoso- hay que analizarlos en la más pura interpretación de las teorías oníricas de Freud pero también como un estudiado mecanismo para sintetizar toda la tensión acumulada en la narración hasta el momento.

A diferencia de otros autores, los personajes de Blain no encuentran ninguna enseñanza al final del viaje de modo que pasada la tensión de la aventura y una vez desembarcado el marinero Georges no “sufre” más allá de las experiencias vívidas y es más bien (esto es una apreciación personal) el marinero Blain quien tenía la necesidad de aprender algo transmitiendo su experiencia marítima, liberado para mostrarse en sus obras posteriores más suelto y humorístico (aunque el humor está presente en esta obra su tono es más oscuro y negro que en obras como “Gus”, por ejemplo).

En definitiva, “El reductor de velocidad”, muestra a un Blain “sin refinar” pero maduro, en el que ya se encuentran presente la mayoría de las obsesiones y recursos que en evolución constante hemos aprendido a admirar en su obra posterior. Una obra imprescindible para los seguidores del autor y una buena oportunidad para quienes quieran iniciarse en la obra del excelente autor francés.Otras obras de Christophe Blain en El lector impaciente aquí y aquí.