miércoles, 21 de noviembre de 2007

Fernando Fernán Gómez (1921-2007)


A Fernando Fernán Gómez le recordarán lamentablemente los más jóvenes únicamente como el viejo cascarrabias que salía despotricando durante una temporada interminable en todas las televisiones contra un pobre admirador que quería saludarle. Sin embargo, bajo esa pose hosca y antipática de su ancianidad se escondía un estupendo actor de esos que ya casi no quedan, de los que nacían en cualquier parte en medio de una gira interminable y mamaban teatro y carretera. Un actor que con su inteligencia desbordó géneros para convertirse en un artista total: escritor, dramaturgo, director de teatro y cine. Encontró curiosamente en el cine una libertad interpretativa que le faltó sobre las tablas. Pero donde más destacó, aunque destacara para bien o para mal en todo lo que hacía, Fernán Gómez fue como dramaturgo y actor, actor y…¿cascarrabias?


D.E.P.

“Ladrones de tinta” de Alfonso Mateo Sagasta



A la vuelta de unas vacaciones en Lanzarote, como consecuencia de mi voracidad lectora, me encontré en la sala de espera del aeropuerto sin nada que leer a la espera de un avión que se retrasaba. Entre los libros que poblaban el estante del kiosco del aeropuerto llamó mi atención esta novela de título sugerente y autor para mí desconocido. Me dejé llevar por el título y la sobrecubierta y a partir de ese momento Alfonso Mateo Sagasta (“El Gabinete de las Maravillas”, “El olor de las especias”) se ha convertido en uno de mis novelistas españoles preferidos, al tiempo que transformó la demora del avión en un agradable pasatiempo por el que le estaré eternamente agradecido.
Mateo-Sagasta en esta novela realiza un relato a la vez culto y entretenido en el que nos traslada con naturalidad y rigor al Madrid del siglo de Oro en el que los grandes nombres clásicos de nuestra literatura convivían en amor y compañía con vividores, pícaros, nobles y políticos, al tiempo que escribían un día sí y otro también obras inmortales. La historia se inicia diez años después de la publicación por el impresor Francisco Robles de la primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. En este lapso de tiempo, el éxito de la obra ha sido enorme y se espera con expectación que Cervantes publique la anunciada segunda parte, sin embargo, Robles ve mermar sus sueños de riqueza ante la publicación de la apócrifa segunda parte de la obra por un tal Alonso Fernández de Avellaneda. Rabioso, le encarga la investigación de la identidad del tal Avellaneda a Isidoro Montemayor, un pícaro aficionado a la literatura y las cantinas que trabaja en su imprenta y aspira a la hidalguía. Pronto Montemayor averiguará que Avellaneda no existe e iniciará una peligrosa investigación que le llevará desde los palacios señoriales a los tugurios de mala muerte y los círculos literarios para averiguar quién tiene tanto interés en difamar a Cervantes y tacharle de cornudo y homosexual, acusaciones que le pueden llevar a la hoguera.
Mateo-Sagasta consiguió en esta novela un desacostumbrado equilibrio entre géneros conjugando una estructura clásica de novela negra detectivesca ambientada con escrupulosidad y rigor en un siglo de oro perfectamente ambientado (no en vano el autor es Licenciado en Geografía e Historia). La novela avanza vertiginosa desde la ágil narración de un Isidoro Montemayor que implica desde la primera persona al lector en una investigación inteligente, culta y entretenida. Sin embargo, la investigación no es más que una excusa de Mateo-Sagasta para sumergirnos a través de unos secundarios estupendamente construidos mezclando aproximaciones a autores reales escrupulosamente caracterizados con otros ficticios que hace participes de subtramas cómicas como la que protagoniza el antihéroe Montemayor en su huida de su amada. Todo ello da un componente de verosimilitud imprescindible en una novela histórica que en muchas ocasiones se hecha en falta en novelas similares. Es de agradecer la existencia de un grupo de autores dispuestos a reivindicar y literaturizar nuestra historia, tan rica como la que más, con calidad y esmero, ante la avalancha de autores anglosajones dispuestos a escribir e imponerse en las listas de los más vendidos con novelas como poco sonrojantes.
“Ladrones de tinta” ha ganado varios premios, entre ellos el Ciudad de Zaragoza de Novela Histórica y la primera Edición del Premio Espartaco de Novela Histórica que otorga la Semana Negra de Gijón (ojo, que este último también lo ha ganado este año por “El Gabinete de las Maravillas” de las que les escribiré próximamente). Si tienen ocasión háganse con esta novela que hay ediciones de bolsillo muy aparentes y descubran a un autor que merece realmente la pena. Ya me contarán.